Entrevista a Paolo Virno por Héctor PavónPara Clarín 24-12-2004Paolo Virno sostiene que vivimos en una época de crisis que, como ocurrió en el siglo XVII, impone repensar todos los conceptos y categorías. Apuesta a una democracia de la «multitud» que ya no debe tomar el poder sino crear una nueva esfera pública que prescinda del Estado y valorice al individuo. Aquí, un fragmento de su último libro, «Cuando el verbo se hace carne»,en el que reivindica con razones científicas y filosóficas la visión materialista de la vida.
«El futuro puede estar cargado de promesas pero también puede venir lleno de terrores». Así, con un realismo crudo, se refiere al presente Paolo Virno, filósofo italiano y protagonista de la escena del pensamiento contemporáneo europeo y de algunos circuitos de las ideas argentinas. «Intento elaborar una filosofía materialista que parte del hecho de que el ser humano es un animal lingüístico y político, como dice Aristóteles. La condición biológica de nuestra especie provoca el hecho de hablar y del hacer político. El materialismo que yo propongo busca unir naturaleza e historia», dice, como declaración de principios, Virno. Marx, Hobbes, Spinoza, Deleuze, Simondon, son sus referencias canónicas. Entre sus libros, ha sido Gramática de la multitud (Colihue) el que ha puesto de manifiesto su pensamiento filosófico político y lo convirtió en un autor clave para entender las lecturas sobre la «multitud» a la que también ha hecho referencia otro italiano más conocido: Toni Negri. Pero los postulados de Imperio y Multitud, los libros que escribieran Negri y Michel Hardt, fueron cuestionados por Virno que considera la idea de Imperio como un análisis «prematuro». El nombre de Virno comenzó a sentirse en la Argentina al compás de las cacerolas que sonaron en diciembre de 2001. Cuando vinculó esos hechos con las protestas de Seattle y Genova le llovieron tantas opiniones acordando con él como respuestas polémicas a su interpretación. Ahora se publica en la Argentina Cuando el verbo se hace carne (editado por Tinta limón con el grupo Cactus), un libro complejo y profundo de reflexiones filosóficas en torno al lenguaje, la naturaleza humana, el concepto de multitud y Ludwig Wittgenstein. Desde Roma, amable y generoso, habló sobre sus pasiones filosóficas.
- Vivimos una nueva época que como tal necesita nuevos valores, conceptos. Pero, ¿quién los pensará, quién los construirá?
* Ese es el problema de las nuevas formas políticas. Pienso que estamos en una situación bastante parecida a la que se vivió en Europa en el siglo XVII cuando se inventaron todas las categorías, los conceptos que ahora parecen obvios, triviales y comunes. Fue en ese momento cuando se creó la idea del Estado nacional, central, y se inventaron conceptos como la soberanía y la obligación de obedecer. Tengo la impresión de que estamos en una fase en la que todos esos conceptos están en crisis y se construyen otros. ¿Quién los construye? Es una pregunta muy acertada. Y no hay que pensar que haya filósofos o pensadores que inventan conceptos políticos porque ése es un modo de concebir la política desde el peor Platón o la peor Ilustración. Estos conceptos emergen poco a poco dentro de experiencias colectivas por prueba y error. Está emergiendo un nuevo modo de ser en la esfera pública que se caracteriza por el hecho de que el Estado es algo que se ha vuelto viejo, inadecuado, al igual que una máquina de escribir respecto de una computadora.
- Este presente parece pleno de miedos, angustias, conocidos y desconocidos; es una era de incertidumbre. ¿Dónde está la salida, en la filosofía, el arte, el psicoanálisis, la política?
* Creo que ese miedo como sentimiento difuso, característico de nuestra época, es un miedo en el cual se mezclan dos cosas antes separadas: por un lado el miedo por peligros concretos, por ejemplo, «pierdo el puesto de trabajo». Por el otro, un miedo mucho más general, una angustia, y que no tiene un objeto preciso que es el sentido de la propia precariedad. Es la relación con el mundo en su conjunto como fuente de peligro. Estas dos cosas normalmente estaban separadas. El miedo por un motivo determinado era algo socialmente gobernable mientras que la angustia por la propia precariedad, por la propia finitud, era algo que las religiones o la filosofía trataban de administrar. Ahora, en cambio, en la globalización, las dos cosas son una sola. Vale decir: cuando tengo miedo por un peligro concreto siento también toda mi precariedad respecto de mi vida, del mundo como tal, del significado de mi vida. Es como si experimentásemos en situaciones sociales ¿como la crisis argentina de hace dos años, o la vida de los inmigrantes que llegan a Europa? al mismo tiempo un problema económico social concreto y una relación con el mundo que nos aparece con todo su dramatismo. Yo creo que lo que puede constituir un remedio, una cura para ese miedo angustiante es la construcción de una nueva esfera pública. Entiendo por esfera pública nuevas formas de vida que no tengan más en su centro la obediencia al Estado y la obligación del trabajo asalariado en tanto trabajo despojado de significado que está por debajo de lo que hombres y mujeres pueden hacer con su colaboración inteligente. Una nueva esfera pública donde se pueda valorizar la propia singularidad y no converger hacia esa especie de unidad trascendente que es el soberano, el Estado.